Menu

ROGELIO AGUIRRE: POESÍA ACTUAL DE VENEZUELA

Rogelio Aguirre (San Cristóbal, Venezuela 1997) Estudiante de Derecho en la Universidad Católica del Táchira (UCAT). Fue ganador del I Certamen de Literatura Regional “Iniciantes del Camino” en la categoría

Gladys Mendía 4 años ago 44
Compartir:

Rogelio Aguirre (San Cristóbal, Venezuela 1997) Estudiante de Derecho en la Universidad Católica del Táchira (UCAT). Fue ganador del I Certamen de Literatura Regional “Iniciantes del Camino” en la categoría de poesía, también obtuvo el primer lugar en el II Concurso de Poesía Joven Hugo Fernández Oviol y fue finalista en el II Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas. Algunos de sus textos han sido publicados en Arquitrave, Insilio, POESIA (UC), LP5 y en la antología Amanecimos sobre la palabra (2017, Team Poetero).

Selección por Gladys Mendía

ELEGÍA AL POTRO RUCIO MORO

I

Oscurecidos los días,

el establo con hedor a velorio sana la sombra del paisano.

Ñero, oscurecidas las horas escondo el semblante,

el sombrero, monte sin cortar;

abundan lágrimas, cayó el campeón de la manga,

cayó cableado en la bala pura, corriente alterna,

cayó en migajas cortando peso a la gravedad,

sobando la herida en sus patas.

Oscurece los minutos, ñero, los segundos

de la andanza vieja, la carrera sin estribo,

con pezuñas tiesas del barranco vine a enterrar morrocotas,

a hundir la mañana en el caballo, perder regalías.

II

El oro ecuestre cercenaba la finca,

mi Rucio Moro, su nuca reventada sobre el potrero,

sus tres vueltas, los retorcijones de Isidro cada mañana

nos palpaban la memoria, la pantalla adolorida.

Yo le tomaba fotos al caballo agonizante,

desangraba su mirar, retorcía las coplas comunes,

no imaginaba que repetiríamos sus palabras,

las canciones, la hoja del abuelo en mi cartera;

no esperaba desalojar palabras de otro tiempo,

ciclo irremediable, hora nueva.

III

Hay luto en la manga -antes habría usado otro orden-,

hay luto en las tablas de la casa,

el aire arrecia

y huele a muerto.

Las ventanas deshechas, montículos en el pastizal

arremeten contra mis ojos,

la música no suena en la manga,

no colean hombres

y sus cuerdas no amarran novillas con dureza;

la caballeriza, su techo mohoso

me acicala las cienes,

niego cada imagen de mi mente,

los ojos apergaminados del potro

revientan las lágrimas.

IV

Se parece al anciano llorando,

a las hojas sueltas, la pérdida del pulso

y del apetito, se parece a otra canción,

similar,

mas no del mismo modo nos traslada el lenguaje

a una forma absurda de elegía,

un recuento de infinitas muertes

con el rostro de mi abuelo,

solidez en el semblante parco,

en las palabras ultrajadas de Reinaldo,

en la hora del escribiente;

la repetición, hemos dicho, es inevitable,

escritura como sombra ajena,

escritura como ciénagas

y ojos húmedos

y habitaciones demacradas

y palizas si te atreves a preguntar:

¿Por qué se oscurecen los días?,

¿los potreros, las nucas reventadas, las centellas?,

¿el nombre propio, la originalidad del potro, el siniestro?

V

No pude finalizar la obra.

No estoy en mayo,

las vocales no reposan en mí como un vientre.

No tiempla la soga al tacto,

correteas, eso sí,

a las vacas en el asfalto metropolitano.

Ya olvidas tu caballo,

ya olvidas el olor de la bosta,

el relincho cada madrugada,

el tiempo pasa, no es domingo,

no dejas los libros para pensar en la muerte,

la vibración, los dedos que se acaban,

un potrero viejo,

una camilla,

un hueco en la memoria.

de La Catorce, inédito

DOS AGUAS

La sombra del Caroní desvanece ojos infantiles,

susurros fluviales rozan mis brazos

cuando deseo echarme a nadar,

el lenguaje zarpo entre cataratas,

dejo el malecón con sus niños desnudos

y miradas de pantera.

Abandono la garganta de Macagua

y el cafetal donde nací,

variada es la naturaleza del recuerdo

cuando ríos pasan a ser montañas derrumbadas,

espíritus dinamitados en papel.

Avanzo al inicio del Yuruaní

para estallar el hambre,

me harán recoger el fruto del gasoil,

no lo haré ni cuando el río

se pudra de gracia.

Las manos tiemblan

como corrientes desmedidas leales al verso.

Los cerros invocan al huracán

cuando más anhelo caer bajo el puente,

ganar el título de ajusticiado,

y así reír en el campo

limpiando estas manos

con piedras y espejos.

Floto en casa ajena,

los gallos cantan para no llorar,

abatido recurro

a las voces de otros poetas

deslizándome entre obras y goteras,

entre cielos y tejados.

Sus versos pasan sobre la yugular del padre muerto,

extraño mi vieja casa,

de tanto ver el río

pude imaginarme

preso entre blanco,

pude soñar su ruido,

como una elegía en el agua.

Vi cómo me hundía al desembarcar

enamorado del Caroní,

rodeado de fieras

cuando solo pensaba en su color,

en la mirada que culpable

ahoga cualquier riqueza.

No soy yo quien teme

regresar al puente para nacer,

los niños saltan amarillos

y todo se vuelve negro.

El bramido del jaguar espera.

Hoy se apagan los velones,

y nuevamente recuerdo la alambrada,

esa casa encendida

donde manejó mi padre la botella.

El Caroní ha sido mi padre arrastrándose,

su pierna como un espíritu

reboza de luz.

Veo hacia las aguas

y no me encuentro,

es costumbre no saber dónde estoy parado,

la época sola del poema marcho

sin saber qué dirección tomar.

Santo caudal destrona mis pasos,

braceo el reino floral, no pertenezco

a la pared que me culmina,

mojadas las plantas, agitadas las piernas

como vegetación en ribera.

Los niños saben

desnudos los dedos algas serán,

desnudos rayos de luz

carcomen la basura, algo queda en casa.

Hazme Orinoco

zarpar en mí,

zarpar donde quieras

confundirme en otro

alimento de peces,

anatomía arrancada,

otra nomenclatura

de iguana.

Hazme ser brisa de conjuro

pétalo punzante,

bailar entre lluvias y piedras altas,

ser la cuenca entera,

no pensar más,

ir de negro a blanco

mientras el ojo se ahoga.

Hazme surcar el patio,

ucuye,

osmunda regalis,

duidania,

orquídea,

herbazal,

brisa.

Inédito

Hermano, me has vencido. Ya sufro tu distancia.

Tus obras se elevan sobre mi espíritu

cuando destapas la séptima cerveza

y encuentro en ella el título de un libro sin escribir.

Hermano, tus negros torrentes irradian la página,

resplandecen al ser leídos con inocencia

mientras registras el futuro que decides afrontar.

Amo la infinita jornada del exiliado vacío,

la mudez saturada del espacio,

su envidiada presencia de funeral.

Dejo los muros donde residió mi ausencia.

Dejo al final el ocio, la fiesta del primer día,

unos brazos para nada decir.

Hermano, lejos recorro la vía

para morir en todos.

No olvidaré los poemas que nunca escribiste,

ni el libro que robarás.

No olvidaré,

así fragmentamos las cosas.

Saludo a la parroquia de São Carlos,

sus estatuas de ojos rojos.

Saludo a las páginas que me engendraron

en la aldea decembrina.

La distancia me despliega las ventanas.

Escucho el bambuco,

despido silencioso mi país de incendios.

Reescritura de Espacio, me has vencido

del poeta ecuatoriano César Dávila Andrade.

Inédito

2 Comments

2 Comments

  1. Sandel J. Sanguino Guerrero dijo:

    Poesía buena, habrá que decir, poesía depurada, pensada, sutil,
    profunda.
    A el Poeta Oscar Rogelio le imagino mirando a los lados
    callado, escribiendo siempre o casi siempre cuando hacen silencio los otros. Felicitaciones Poeta, te conozco desde carajito
    y siempre supimos que serías escritor, que serías Poeta.

    1. Así es, muchas gracias por tu comentario Sandel.

Comments are closed.