Joyas encontradas en una brevísima antología arbitraria de poetas en el espectro autista
Por Ernesto González Barnert
Hay libros que uno no busca leer, pero te encuentran, tarde o temprano. Y se quedan con uno. Esta luminosa muestra poética tiene esa vulnerabilidad de las cosas valiosas, esa belleza, porque la vulnerabilidad es una marca de la existencia como bien sabía Simone Weil. La mayoría de estos poemas te abren silenciosamente el alma. Pero antes nos recogen en su necesidad y urgencia, desesperación o dolor, su luz. También nos ayudan en su propia experiencia estética acertada o fallida a sobrellevar nuestras propias cargas, historias, diferencias. Agradezco a La casa del espectro, de LP5 Editora, durante este 2021, haber hecho esta recopilación de temple latinoamericano, que no dejó de sorprenderme en cada uno de sus poetas que más allá de sus libertades y posibilidades, se la juegan en su dificultad o contradicción para tomarnos de la mano (u oído) y llevarnos en el extraño e inquietante viaje de vivir, con sus sombras y destellos. Así asiento cuando dice, por ejemplo, Magalí Pérez: “Lo amarías todo si te aseguraran que/ la vuelta a la soledad es imposible.” O cuando Verónica Díaz Ampuero sostiene en un poema maravilloso: “Aprendí a decir a todo que “Sí”/ Para que me amaran.” En un poema que concluye “Sólo me falta aprender a ser “Yo”. Dejándonos –con su verdad y ligereza– en la estacada. Por otra parte, también asiento cuando Alex J. Chang, nos advierte sensato que la vida es un reto diario y constante, cruzar un puente colgante. O, Camila Lluvia, cuando señala ser “un roedor no visto por el ave rapaz.” Mientras el mundo gira a su alrededor, pisotea sus ideales, dándonos una salida, una lucecita, en los momentos oscuros o difíciles. Me viene de golpe ahora a la cabeza este hermoso poema de Luis Eduardo Martínez donde se vuelve niño y nos cuenta un sueño recurrente donde con toda su voluntad intenta mantener los párpados abiertos a pesar del encandilamiento y del áspero roce de la luz. Por alguna extraña razón en vez de pedir ayuda finge que nada sucede y suma al peso de los párpados el agobio del disimulo… y claro mucho más, no haré spoiler. Cristian López Talavera, otro de los antologados, me llega al corazón cuando describe con un toque surrealista un hospital: El hospital es el lugar donde los solos son llanura infinita/ Donde los huesos del alma reparten músicas en ausencia/ Donde los cuerpos imaginan nadar las aguas cristalinas de la vida/ Pero en realidad están silenciados… “Un caballo se desboca ante la presencia del gorrión.” Y, luego sin darnos respiro, Paola Contreras, dice: Me siento abandonada/ Por eso quiero soñar/ Y jamás despertar/ Para no sentirme olvidada.” Un grito, sin duda, tan humano, que nos acompaña desde el principio de los tiempos. Podríamos volver sobre cada uno de estos poetas, otros de sus bellos poemas, y volver a encontrarnos con joyas como éstas, verdaderos pedazos de vida, naufragios personales y colectivos, donde contra todo pronóstico vence el amor, vence la vida, a pesar del dolor, la contradicción [Ya lo decía Walt Whitman, el gran poeta norteamericano, “Me contradigo ¿Y qué? Total contengo multitudes”], o soledad. Gracias, Gladys Mendía, poeta chileno-venezolana, por regalarme este libro que es muchos libros y lecturas.
Ernesto González Barnert (Temuco, 1978). Ha obtenido por su obra poética el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2018, Premio Nacional del Libro a Mejor Obra Inédita 2014, Premio Nacional Eduardo Anguita 2009, entre otros. Entre sus últimos libros están Éramos estrellas, éramos música, éramos tiempo (2018), la reedición de Playlist (Overol, 2015) en EEUU (Floricanto Press, 2019) y en Chile, esta última bilingüe (Plazadeletras, 2019), además de la antología Ningún hombre es una isla (Buenos Aires Poetry, 2019) y su obra reunida Cinco mamuts en fila (Plazadeletras, 2020). Es cineasta y productor cultural de la Fundación Pablo Neruda. Reside en Santiago.