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Un poema de Enrique Winter

Enrique Winter (Santiago, 1982) es también el autor del ensayo Una poética por otros medios y de las novelas Las bolsas de basura y Sobre nosotros callaremos, así como traductor de libros de Emily Dickinson, Philip Larkin y Susan Howe, entre otros. Ha recibido los premios Víctor Jara, Nacional de Poesía y Cuento Joven, Pablo de Rokha y Goodmorning Menagerie, y residencias literarias en Sylt y Bogotá. Magíster en Escritura Creativa por NYU, dirige el diplomado del área en la PUC de Valparaíso y enseña en universidades de Colonia.

Gladys Mendía 2 semanas ago 8
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Enrique Winter (Santiago, 1982) es también el autor del ensayo Una poética por otros medios y de las novelas Las bolsas de basura y Sobre nosotros callaremos, así como traductor de libros de Emily Dickinson, Philip Larkin y Susan Howe, entre otros. Ha recibido los premios Víctor Jara, Nacional de Poesía y Cuento Joven, Pablo de Rokha y Goodmorning Menagerie, y residencias literarias en Sylt y Bogotá. Magíster en Escritura Creativa por NYU, dirige el diplomado del área en la PUC de Valparaíso y enseña en universidades de Colonia.

Poema incluido en el libro La casa adentro de la noche (LP5 Editora, 2023)

VALENTINES

0119

Amaranto. Burdeo.
Desmembrado como vino sobre el agua
del lavaplatos, dejando luego
un rastro sólido indigno de la belleza acuosa
de la mezcla, de la inquietud
previa al viaje,
mi padre tuvo que ofrecerle matrimonio a mi madre
para que volviera.

La distancia no es para las personas
y descascara el barniz de los días.

A treinta años de entonces
no tengo nada que ofrecerle, ni vuelve:
estuve más allá de los breteles los últimos catorce de febrero.
Lo que vemos es solo un rastro de ese afuera.

El dos mil dos fui de cucao a panguipulli
con Belmar y otra Parra. Mis amigas
se cubrían, después meábamos de frente.
Dejé la cámara de fotos en una bencinera
de puerto montt, noté esto en puerto varas,
les dije –sigan, yo las pillo luego
de encontrarla. Las fotos a veces se disparan a lo oscuro
y no lo captan, se nos velan.
No hubo cámara, dedo, ni pasaje
(en osorno a las ocho de la noche)
tomé una micro y luego un bus me trajo
de vuelta al centro. No quedaban viajes
en el terminal, no cargaba carpa
(tampoco en los catorce de febrero siguientes).
Esa noche era el cumpleaños
de la eterna polola de Dittmer, que dos meses
más tarde lo dejó. Subí a un camión
vidriero sin que me parara
y caló el viento lo copiado en la página setenta
y siete de Atar las naves. Un incendio
forestal me cerró la cinco sur,
lo atravesé hasta lanco. Las personas
no pisan autopistas, y por eso
el otro lado yace en éstas.
Eran las diez y media y avisé mi llegada.
Subí a la camioneta de un borracho
y viré. Tres de la mañana,
quedaba torta.

Año siguiente, al este del lago todos los santos
unos barqueros nos devolverían
a la muerte diaria. En la carpa nos tocábamos con Tupper:
afuera está la noche. La luz es cáscara y costra
apenas un papel
que separa el regalo redondo,
un mundo, del negro universo.
Desde adentro ahora,
la noche que somos en la carpa
la linterna nos envuelve (cuando empecé esta vaina
seguíamos juntos y la frase final
tenía sentido. Hoy veintidós de noviembre de dos mil cuatro,
he retomado su escritura desde “unos barqueros”
y no sé cómo impedir que se derrame el café con leche
de los ojos de Muñoz
o el vino sobre el agua del lavaplatos
en la página ciento treinta y uno
de Rascacielos, donde contaré lo que viene).
Los germanos hermanos partieron sin mí y decidí seguirlos.
No los encontré sino cuatro horas, una lluvia
y un rezo a quizás quién nuevamente olvidado, más tarde.
Adentro de los bosques opera lo que no vemos,
se oyen las toses de los intermedios del teatro
y los correos electrónicos que no se reciben.
Hace frío y mis rulos
cuando tienen sueño se alejan lánguidos del ojo,
atento a huellas que son solo propias
tras la tarde jadeando en círculos. Las manos son de otro,
persigue mierda de caballo (rasgo de vida
para encontrar la ruta), las hojas crepitando donde duerme.
De otro que vuelve en un chaleco roto y retoca a su polola.

Para el tercer catorce de febrero
decidí no perderme. Y fallé.
A Omerovich y a Ortiz no les gustó futrono, me raptaron
una semana antes en cascadas
y no había transporte. Siempre que faltan buses
se (in) interrumpe nuestro lado, como el hipo del fax
sobre la música ambiental, y pestañea ése de afuera,
el bretel. Pero lo que vemos es
un rastro sólido indigno de la belleza acuosa
de la mezcla, de la inquietud
previa al viaje.
Quedé solo en el cruce reumen,
pero no el cinco de enero de dos mil ocho
cuando Omerovich, luego de un año sin juntarnos
me pidió esto para su tesis, que dejó botada,
entonces sí que la frase final no tuvo sentido,
llevaba cuatro años sin extraviarme.
O cinco si consideramos que hoy es san Pedro y san Pablo
de dos mil nueve cuando, solo en valparaíso
recuerdo el miedo,
lo busco en la repisa y decido agregarlo a Guía
de despacho, sin cambios.
Es horrible paillaco y si en osorno es de noche
no hay furgón a cascadas, tan solo a puerto octay.
El dedo me duró hasta calo
y nadie se detuvo a oscuras por un flaco sin brillo
al que esperaba un kuchen de manzana.

Reemplazará mi vida en carreteras.

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