
José Iniesta (Valencia, 1962) ha publicado diez libros: Del tiempo y sus castigos (Sagunto, 1985), Cinco poemas (Sagunto, 1989), Arder en el cántico (Renacimiento, 2008, Premio de Poesía Ciudad de València Vicente Gaos), Bajo el sol de mis días (Algaida, 2010, Premio de Poesía Ciudad de Badajoz), Y tu vida de golpe (Renacimiento, 2013), Las razones del viento (Renacimiento, 2016), El eje de la luz (Renacimiento, 2017), Llegar a casa (Renacimiento, 2019), La plenitud descalza (Editorial Polibea, 2021), Cantar la vida (Renacimiento, 2021), Premio de la Crítica Literaria Valenciana 2022, y por último la antología De fuegos y jazmines (OléLibros, 2023).
El viaje de la vida
Sobre un óleo de Caspar David Friedrich: Mañana de Pascua, 1833
A Pedro Luís Alonso
El sol rompe la niebla en lo más alto.
Es fría sin medida la mañana
al final del invierno, en la escasez.
Ataviadas de sombra tres mujeres
caminan por la senda y por el polvo
y nos muestran exacto en la pintura
el viaje de la vida
en el instante extraño.
El minuto es eterno y nos contiene.
Unos pocos añiles apagados
deshaciendo las brumas
en la cárcel del cielo
fabrican una lágrima del mundo,
la copa que contiene nuestra sed.
Ellas están y son, y van perdidas,
y en esa altura leve de la loma
se perfila en sus cuerpos ateridos
con una dura línea
el trazo del amor,
se presagia un abrazo y la nevada.
¿Desde cuándo este sol si todo es noche?
¿Por qué al llegar nos habla
el silencio del árbol,
la savia adormecida del invierno,
y ese cántico alumbra las cosechas?
Pensadlas bajo un cielo que amanece
porque son despedida y son encuentro
al lado de los robles deshojados,
las yemas reventando por las ramas
en una torsión dura que suplica su sol.
Están en el camino y la de en medio
es la brasa de un fuego en la vejez,
es la madre de todos y el cansancio,
mas existe sosiego en su temblor,
la paloma flechada va a sus cielos,
su figura penetra la sucia claridad.
El sol rompe la niebla en lo más alto.
Andar es el paisaje, nos confirma.
Hoy somos en el frío la conciencia,
el arroyo cautivo que en su valle
es el son de una huida
hacia su mar en calma.
Nosotros existimos por el viaje,
no somos del principio ni el final.
Cada paso en el polvo,
es lo insondable.
La certeza de la luz
A Juan Pablo Zapater
En las tierras más pobres y desiertas,
en los campos del viento donde crecen
el zarzal y el espino y las aulagas,
donde se desmoronan de abandono
los ribazos de piedra en equilibrio,
aquí, en este lugar de las lecciones,
alguien regresa a casa
en el atardecer,
y es humilde su gozo.
Y después, en el pasmo de la noche,
es el latir del tiempo en una grieta,
la mudanza de un rostro en el cristal,
las cortinas abiertas a la oscura
certeza de la luz entre las sombras.
Las raíces del cielo
A Francisco Brines, en Elca
El hombre con su vida caminaba de lado,
un poco hacia lo oscuro,
tocado de una luz
antigua de palmeras y pinadas,
de adelfas en los cauces y playas a lo lejos:
destellos de verdades en la hondura,
apagados asombros para ser
las hojas por el aire, las raíces del cielo.
Bajo el humo dormido caminaba del lado
de las aguas ocultas más al fondo,
por la senda secreta de las mieles,
la casa contra el tiempo irguiendo su molicie
de cal contra los cielos azules y los montes,
los soles repetidos en los valles feraces,
y el vuelo de los pájaros
al llegar el crepúsculo
celebrando ser vida en el viejo ciprés.
Porque estaba en la luz.
Porque estaba en la luz
caminaba su sombra arrastrando los pasos
por las losas gastadas y rojas de rodeno,
los pinos derribados en días de tormenta,
los zarzales del tiempo trepando hacia la luz
desde el banco de piedra donde estuvo
la risa del amigo, el sueño del amor.
Y la sed de más vida
donde no fluye el agua,
la aventura del viento en los naranjos,
la vasta sequedad donde todo germina,
la memoria del agua inundando los huertos.
Florecen rosas negras,
y el hombre se detiene.
Florecen en la noche rosas negras,
y se abren en el patio oscurecido
de nuevo los jazmines que ya fueron
conmoción y verdad.
Donde nadie nos oye y más estamos,
donde un aroma libre y su insistencia
nos salva y nos golpea y nos abraza,
florecen junto a un muro rosas negras,
allí donde los grillos de la infancia
tallaron con su canto el mármol del vivir,
la luz de las palabras,
la oración no fingida.
¿Qué rastro dejará en el aire el amor?
Debajo de los astros de la noche
la breve luminaria, la sal del pensamiento,
las verdades del polvo
construyendo la rosa.