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YOLANDA IZARD: POESÍA ACTUAL ESPAÑOLA

Yolanda Izard Anaya es natural de Béjar (Salamanca, España) y vive en Valladolid. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, donde también cursó estudios de Bellas Artes,

Gladys Mendía 2 años ago 102
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Yolanda Izard Anaya es natural de Béjar (Salamanca, España) y vive en Valladolid. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, donde también cursó estudios de Bellas Artes, y ha realizado un posgrado en ELE. Ha ejercido la docencia en la Universidad Europea Miguel de Cervantes, en Valladolid, es correctora de estilo e imparte talleres de escritura creativa de creación propia tanto presenciales como online. Como crítica literaria escribe reseñas  en el suplemento cultural de El Norte de Castilla, La sombra del ciprés, y  en Revista de Letras y ha colaborado en otras revistas culturales como Quimera.

Ha publicado, entre otros libros, las novelas La hora del sosiego (Renacimiento. Espuela de plata, 2021), Paisajes para evitar la noche (XXVIII Premio Cáceres de Novela Corta, Diputación de Cáceres, 2003), La mirada atenta (VII Premio de Novela Carolina Coronado, Ed. Los libros del Oeste, 2003), los libros de poemas Lumbre y ceniza (Premio Internacional Miguel Hernández de Poesía 2019, ed. Devenir, y finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León 2020) Defunciones interiores  (Institución Cultural El Brocense, 2003), El durmiente y la novia (Ed. Sinmar, Madrid, 1997), Reliquias del duende (Salamanca, 1983) o el libro de microrrelatos Zambullidas (ed. Renacimiento, Sevilla, 2017). Ha colaborado en numerosos libros colectivos, en algunos con ilustraciones propias. En breve, verá la luz su libro de relatos Solo triste de oboe en la colección Cuentenario de Narrativa de Ediciones Castilla.

Además de los citados premios, en 2013 recibió el Premio Andrés Quintanilla de Poesía y  en 2014 quedó finalista en el Premio Herralde de novela.

Del libro de poemas Reliquias del duende (Salamanca, 1983)

V

Son cosas de todos los días: aburrirnos contemplarnos
escarniarnos amarnos
al relumbrón de una feroz existencia
dedicada a despertar los ombligos de los animales salvajes
a despabilar las piernas de las plantas
informándonos de todo cuanto respira y llorando
entre las fauces de los niños

son cosas de todos los días: dejarnos así
dulcemente mecernos en la saliva
de la tierra que nos devora.
Y cada vez más silencio.

Pero las cosas chillan y nos da tanto miedo
mirarnos en los espejos o simplemente los
unos a los otros mirar nuestra imposible palabra
la boca que se arruga la garganta que cruje se despedaza
la energía no muere se transforma:
por la boca aletean pájaros enanos por la garganta
beben los desiertos
y nosotros –son cosas de todos los días-
nos quedamos tan suavemente detenidos
en la brasa en la grieta en el vértigo
de los besos.

Del libro de poemas El durmiente y la novia (ed. Sinmar, Madrid, 1997)

Antes de que brotaran los pájaros

Antes de que brotaran los pájaros
del estallido primero de la tierra,
y que del caos celeste
emergiera
el ave de luz con tu alma,
y de que supieras nombrar uno a uno
los cauces de los ríos por donde la memoria
vagaría en pos de tu origen,
ya conocías el abismo de soledad
que planea en órbita
alrededor de tu cuerpo desnudo.

Como una estrella loca, impenitente,
arrimado al racimo de luz que dora
tus mejillas, deshojas los días,
desgranas el tiempo
de la melancolía.

Te abrazas a las cosas:
a las entrañas afiladas de los acantilados,
al bramido de la ola que te envuelve,
a la serpiente que desgarra la duna.
Y destilas en cada abrazo
el licor amargo del olvido.

Solo sabes ya que tu soledad te precede,
que en ella la esencia de las cosas.

Dame el secreto de los días, devuélveme la gracia

Dame el secreto de los días, devuélveme la gracia
que ha dado a luz mi vientre,
que ha mordido el látigo
y frenado la estampida del tiempo.

Requiéreme junto a noches calladas
y ofréceme el murmullo de las grullas
que duermen en el mapa de mis manos,
que viven en la línea de la muerte
o perseveran en la del amor.

Dame la llave, la vena, la clave,
el ciervo vulnerado, la estrofa antigua,
el ritmo que da vida, el maltratado,
la fiera cadencia desordenada,
la herencia de aquellos tiempos mejores,
la risa, la blanda risa en la noche
y el pájaro que descansa en tu oquedad salvaje.

Qué diera yo por el soplo de tu risa

Qué diera yo por el soplo de tu risa,
el soplo riente en mis oídos
de tu corazón, tu tierra abierta
al despertar de la vida:
la raíz honda y el tallo enaltecido,
vibrantes receptores de tu carcajada onírica;
y entre las palmas y plataneras,
entre tu boca y mis oídos,
la fugaz, la breve, la restallante
eclosión de la tierra apasionada.

Del libro de poemas Defunciones interiores (Diputación de Cáceres, Institución Cultural El Brocense, 2003)

Y en el principio

Y en el principio era el hijo.
Y por encima de los verbos creadores,
su nombre. El centro de la compasión,
el territorio de la entrega.

Si el hijo está triste se resuelve el enigma,
se sabe ya el dolor:
que se le adelanta el alma
a un postrer dolor
que serpea ya
en el cuerpo que tendrá.

Le digo Mírame
y le arrebato la lágrima furtiva,
esa que nace en gozos malhadados,
esa que pace en helechos de venenos
con su olor engañoso y su vena oscura.

Se sabe ya el dolor: que mi hijo mira
la inconsistencia azul del universo,
la palanca de dudas y de caos
que succiona las letras de su nombre
para que no sepa quién es
ni en qué terca prisión
ocupan sus cuerpos sucesivos
la morada que avale su cordura.

Bellezas tardías

Nunca tan denodadamente
se imprimió en aquel muro la belleza.

El verdín y el púrpura
jugaron con los desmoches
y el abandono.

La cal se ha ensañado con el ladrillo
y ha dibujado el rastro de azules anémonas
a la intemperie de mi vida.

Y ahora, cuando es casi de noche,
veo su señal
uncida a mi mirada.

Desarmada

No me abandona la casa,
es ella la que me anima
a dejar mi utillaje
-máscaras de fieltro,
mandolinas, echarpes antiguos-.

El bosque aborrece el tumulto.
Por eso voy desnuda,
aunque no de emociones.

Una rana croa
en mi corazón.
Alzaré mi cuello
y me pondré a volar
entre el ramaje y la luz.

Que el corazón me vieses deseaba

Vagan delfines, carótidas, gramíneas.
Perpleja, me quito sal, sangre, tierra.
¿De qué estoy hecha?

Península de plata,
ración de cosmos.

Vagan torrentes, en mis venas vara
la cosmogonía, con su tósigo de gestas,
desgobiernos, adminículos
de chapa y rasguños y belleza.

Del libro de poemas Lumbre y ceniza (Premio Miguel Hernández–Comunidad Valenciana 2019. Finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León. Ed. Devenir 2019)

La voz de mi padre

He caminado días, siglos, para ver a mi padre.
Está muerto. Y sin embargo le he dicho:
Mírame, mira lo que hacen conmigo.
He ido al centro de la palabra, donde él podía entenderme.
La palabra allí son gestos, miradas, lágrimas, la comisura del ojo,
la piedra que late en medio del corazón,
una burbuja que transparenta todo lo que se ha sido.
Mi padre muerto me habla también con esa palabra.
Nos reunimos en medio del corazón del bosque.
Todo es esencial, todo está hondo, profunda
es la atmósfera que nos cobija, habitamos
el resquicio de la luz, donde los pájaros sin cuerpo.
Un ala es la cadencia de un suspiro,
el bullicio de la brisa.
Un ojo es la corriente del cielo
enseñando sus estrellas como enseñas.
Mi padre muerto me ha tocado con su mano invisible
y yo he sido durante un instante la portadora de su luz.
Mira lo que me han hecho.

Elegía


No se puede hablar de ninguna cosa
hasta que se haya alejado del corazón.
Nietzsche

Dime, padre mío, pues ya es la hora de la siega
y la liana de nuestros corazones se ha deshilachado,
si reposas,
y si estás viendo lo que aquí sucede.

Yo te contaré que me han obligado a vivir todos los estadios
del ser. Me han reconvertido
en gusano, me han abierto las alas de murciélago
y me han colgado de un muro negro con una chincheta
venenosa. He conocido la rabia del león y
ese poso sutil que deja el polen
sobre la tierna abeja
y
el desconsuelo
de haber sido abandonada.

He navegado contracorriente
y las arrugas no me han impedido
seguir siendo esa niña
que temblaba de amor
ante ti,
y de vergüenza
y de miedo.

La codicia, sabes, la codicia:
me lo arrebataron todo.

He luchado sin saber que era una leona.
He trabajado como una mula.
He aprendido que hay misterios
que solo se desvelan con las muertes
pequeñas de cada día
y
que el mayor de todos
es que te sienta
aún
tan cerca
y
tan vivo.

Trilogía sucinta

De la oscuridad vengo.
De la oscuridad vengo.
De la oscuridad vengo.

Aquí al lado

Aquí al lado.
Entré. Me dispuse a echar el ancla.
Había rumores de que sería hoy.

Estaba alegre. Me envolvía en mí misma.
Me guarecía, toda yo
en mis brazos, en mi hígado, en mi pecho.
Toda yo resucitada.

Abre la boca. Me hizo tragar
toda la infancia.
Con sus pesadillas.
Con su negro pelo largo,
con un bolsito lleno
de palabras recién aprendidas,
y tan hermosas.

No tengo miedo de los rasguños
ni de que me llenen el corazón de estropicios.

Solo de que aquí al lado, donde me cobijo
toda entera dentro de mí misma,
vuelva paso a paso mi vida,
con sus miedos y sus agujas
sobre los sillones,
sin rastro de piedad,
sin el suave sonido de la brisa,
ni delicadeza.

                 

Te dices que tu vida

Te dices que tu vida ha sido un triste fracaso.
Te lo repites día y noche, mientras abres el tarro de miel
e ignoras el señuelo de eternidad que te ofrece su aroma.

Te lo recuerdas cuando estás en la cola del supermercado
sin que te distraiga el vientre de la mujer embarazada
y la sonata de agua de vida que rumorea cada vez que se desplaza
un centímetro, un metro, hacia la llama de amor viva.

Mientras hablas con tu marido, el runrún de tu fracaso
esquiva sus sonrisas, el apretón sincero de su boca en tus manos,
como ignoras
la fábula del aire que mueve tu falda,
y el conato de risa que emerge del mediodía,
y la llamada de esa hortensia que plantaste hace años
en tu balcón, y que aún sobrevive a todos tus olvidos.

Ahora sientes que has llegado al borde de ese destino
que rabia a rabia, tristeza a tristeza, has ido creando.
Te has uncido a la frente los pormenores de tu desamor.
Quizá sea hora de que te quites los zapatos,
de que dejes sobre la arena tu ropa bien doblada,
de que te ates al cuello una piedra poderosa,
de que entres en el mar despacio
y de que, nada más llegar a la ola más fiera,
te sea revelada
esa gota deliciosa
que te deslumbra

Los cadáveres de Paul Celan

Los cadáveres de Paul Celan son árboles que no talas.
Están erguidos y tú yaces a su sombra.
Los poemas de Anna Ajmátova son ríos de sangre.
Están despavoridos y por ellos se desembalsa el mundo.
Las canciones de Leonard Cohen están llenas de gente que va y viene
por calles de alguna gran ciudad en ruinas.
Los astros en los que se miraba Sophia de Mello murieron en una noche sin luna.
Su cuerpo muerto lo llevaban hombres sin nombre.
La locura de Rimbaud ha sido depositada en el infierno.
De noche, cuando atraviesa el cielo prendido de una estrella de fuego,
se le oye gemir portando toda la furia del mundo.
Con usura, dijo Pound, ningún hombre alcanzará el paraíso.
Y como los caníbales no dejan de comerse unos a otros,
el festín del desgarro es permanente y ubicuo.
Marlen Haushofer construyó un muro
para sobrevivir sin furia a un mundo vacío.
Amos Oz seduce y convulsiona.
La vergüenza y el vértigo son patrimonio de Eugenia Ginzburg,
y la insumisión.
Robert Antelme fue impugnado como hombre,
por eso escribió sobre la dignidad.
La palabra es un cadáver que informa de su muerte.
Si no fuera por ella, ignoraríamos al hombre.

Construcción del nido


Construyo un nido para no rendirme,
para envolverme y que no me delaten.
Solemne y protocolaria, arrimo al fuego de mi sangre
la paja y el papel,
la hoja y el plástico,
el barro y la tierra.
Me acurruco dentro.

Dejo que pasen las sombras y las luces,
las golondrinas y los nísperos.
Alejo los argumentos en contra,
la dramaturgia del fracaso,
los vaivenes de la mente ocupada en sí misma.
Me acurruco.

Fuera, el viento herido por los hachazos,
la falacia de los motores,
las estadísticas de los almacenes.
Dentro, apuntalo dos ramitas, pipas de girasol
colocadas de cinco en cinco,
seis hojas de enebro y los siete pétalos del arcoíris.
Me acurruco.

Se hace lentamente de noche, muy despacio.
Muy despacio, se van cohibiendo los ruidos,
se delatan las sombras,
un pomelo cae del paraíso.
Me acurruco.

Los higos han madurado y de pronto
se restablece el peso de mi vida.
Dear heather, dice Leonard Cohen
mientras cierro los párpados.
Buenas noches, querida.

1 Comment

1 Comment

  1. Lupe dijo:

    Maravilla.

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