
Stefania Di Leo nació en Messina, Italia, el 25 de julio de 1975, Doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es traductora internacional de poetas españoles, italianos, portugueses y franceses contemporáneos. Colabora con revistas culturales e internacionales, Crear en Salamanca, Oresteia Papeles del Martes, Altazor, Hiedra. Premio Sarmiento (Valladolid, 2010) Premio Peñaranda de Bracamonte (Salamanca,2016), Ganadora de la convocatoria del 31 Festival Internacional de Poesía de Medellín, 2021, Laurel Poético en Granada 2022, PREMIO A LA EXCELENCIA CULTURAL “CIUDAD DE GALATEO – ANTONIO DE FERRARIS” IX EDICIÓN 2022, recibido por la Sociedad Dante Aligheri, en Roma, Mención Capilla Alfonsina México 2022, diploma Centro Universitario Amecameca. Conferencias sobre Federico García Lorca, Isabel Allende, Ernesto Cardenal, María Zambrano, Alfonso Reyes en el Instituto Cervantes de Nápoles y Radio México. Ha publicado libros de poesía, entre ellos: Rosas azules sobre tomillo perfumado (España) 2011, Donde tuve tus labios (Miami) 2020, Uma so solidao 2020 (Brasil), Asím brilha el silencio con Alvaro Alves de Faria 2020 (Brasil), As sombras da tarde 2021 (Portugal). Ocultando el olvido ed Antonio Oxeda México). Su poética, titulada La poética de la justicia, fue publicada en 2021 en la Universidad Federico II de Nápoles.
Soñamos a escondidas inventando
un lugar que sólo existe
en los deseos…
Admiramos el misterio que nos rodea,
mientras una brisa
roza nuestros ojos cerrados.
Soñamos una casa llenándose de luz.
Contemplamos ese amanecer
oliendo a sosiego,
Ocurrirán milagros, cambiará el rumbo…
Soñaré contigo,
mientras admiro pétalos salvajes.
Recuerdo tu belleza,
a orillas de nuestra historia.
Sólo tú eres mi espacio.
Soñamos a la intemperie
añorando nuestro rincón más secreto.
Se asoma nuestra ventana
en un rosal sin espinas
y el aire nos bendice.
Brotará el amor a ras de tierra,
rocas enormes
ampararán los sueños,
Cantamos junto a los ángeles
entonando una melodía sublime.
Soñamos descansando
junto a los claveles;
reteniendo la lluvia
en los puños cerrados.
La música del olvido
es nuestra sinfonía de vivir.
Escuchamos las olas,
su lamento; su espuma.
Soñamos entre arcos griegos,
buscamos interpretar
escrituras antiguas,
limpiando las cenizas de las piedras.
Soñamos morir en paz,
ni juicios, ni condenas. Sólo sueños.
Soñamos ser inmortales
delatando las miradas.
Volveremos a ser jóvenes mil veces
esperando el primer beso.
Un viento silbando
murmurará tu nombre…
El nido de mi alma tendrá tu forma.
CANTOS MEDITERRÁNEOS
CANTO I
El mar busca las estrellas dentro de los sueños inciertos. Las playas esconden la verdad bajo la arena, una voz cruza mis oídos, y el canto de sirenas acompaña mi tiempo. Tiene prisa la noche. Se aletarga la sangre como madeja de brillo y de ceniza. Instantes encendidos entre olas.
CANTO II
Se vuelve melodía el canto. Canto de sirenas por la noche, sueños prohibidos de verano. Se desnuda la luna. Blancas guirnaldas sobre la luz oscura. Claridad dormida en el pecho. Penumbras de ardor y de espera.
CANTO III
Mediterráneo el mar que me rodea. Inestable pasión en la planicie herida. Herencia de mi sangre y de mi sombra. Hebras de luz. El latido de la creciente marejada. Manchas en la rota claridad. La noche enciende su sonoro sigilo bajo el temblor de estrellas ya oxidadas. Mirar el mar es respetar sus fantasmas quietos, amablemente en su vacío, la corriente los recorre como árbitro de la memoria, astuta protectora de mi tormenta íntima.
Buceo en las profundidades de mí ser
asciendo lentamente,
como si estuviera mi alma en una jaula
de cristal.
En el agua las imágenes se hacen
sombrías.
Mientras haya palabras;
voy escribiendo, desafiando mi destino,
emergiendo por mi propio impulso,
un sueño, un poema.
Todo nace al amanecer
y termina convirtiéndose en estrella…
Me persigue mi propia sombra,
se apodera de un estado de locura,
los versos van saliendo, sangrantes,
finalmente naufragan en el universo.
Mientras existan palabras, yo escribiré:
del amor y de la vida,
escribiré del día con su madrugada
de los paisajes sin fin en los abismos del mar.
Como un torrente devastador,
buscaré las sombras,
entre la negritud del vivir.
SOLEDAD SONORA
Atávico misterio es el abandono del hombre
sigilo que resuena entre cánticos de jilgueros.
Soledad sonora guarda el alma,
custodia el miedo que nos acosa
en el túnel de los sueños.
Andamos a solas en un laberinto obscuro
entregamos a Dios nuestra oración,
plegarias de antiguos sufís a Mahoma.
Soledad se propaga entre faros de la noche,
se esparce en el mar lamiendo las rocas,
se derrama entre pliegues de olas enamoradas
se disemina en el viento acariciando a las gaviotas.
Soledad rozando nuestras almas
en un delirio de pájaros canoros,
soledad buscando el rescate
antes de decir perdón,
soledad acunada por aleteos de palomas.
Soledad en el reposo horroroso,
soledad de un ángel mutilado,
soledad del hombre que no cree en Dios.
Misterio hasta acostumbrarnos al sosiego
y repetir amén en el silencio.
Yo que creí que la luz era mía
Precipitado en la sombra me veo
MIGUEL HERNÁNDEZ
SOBRE RAÍCES MUERTAS,
sobre rastros que deja la noche.
Esperaré en este universo,
en esta dimensión del aire que me sacia.
En la ignorancia de todo, en la certeza de la sombra,
en la profunda herida sin sentido.
Con sublime ceguera
soñando sin olvidar
admirando la vida y su belleza,
sus verdecidas hogueras y sus prodigios…
LOS AMANTES DE POMPEYA
«Quisquisamatvaleat
pereat qui nescit amare
bis tanto pereat
quisquis amare vetat.»
INSCRIPCIÓN SOBRE UN MURO DE POMPEYA
Encantado por tu cuerpo, te miraba.
Nos sepultaba el Vesubio
con el ardor de su voz.
Vagaban las horas en tu vientre,
mientras las llamas sorprendían a Pompeya,
quebrando la calma.
Entre gritos, nuestros abrazos…
Nuestras almas se deshacían en el viento,
mientras el volcán eructaba su delirio solitario.
Moríamos de amor como rosas en el desierto,
caminábamos hacia la oscuridad
donde todas las palabras se asemejan.
Ajenos al recuerdo,
éramos amantes eternos;
la piedra: testigo de amor solemne.
Nosotros: seres sin destino,
en quienes hasta la esperanza perdía su rima,
y el fuego envolvía nuestras cadencias.
Peregrinando por los siglos
éramos una apuesta
de amor resucitado.
Buscábamos el paraíso
por laberintos interminables;
abríamos las manos librando el miedo
y sólo respondió el silencio.
Juntos nos despertamos.
Nuestras vidas eran muerte;
el fuego, nuestro descanso.
RETRATO ROJO
Nace el hombre que siempre se enamora
de las cosas que embellece
con su mirada.
Los impalpables gemidos del alba
agrandan la pasión, la claridad del sentir
se hace vida.
Nada es silencio en esos sutiles abrazos.
Rojo en el rojo.
Y los cantos de ese río desencadenan
un ruido sin iguales.
Un ruido que nos alimenta
un ruido voraz de amor
que nos atrapa, que nos
detiene
encerrados en su celda,
encerrados entre las primeras luces
del admirar muy cerca
que al amar invade
a la frágil quietud de la cama.
καὶ Αἵμωνδυσπαθήσας διὰ τὸν εἰς αὐτὴν ἔρωτα ξίφ
ειἑαυ
τὸν διεχρήσατο. ἐπὶ δὲ τῷ τούτου θανάτῳκαὶ ἡ μήτ
ηρ Εὐρυδίκη ἑαυτὴν ἀνεῖλε.
AHORA TE PERCIBO, ANTÍGONA
invicta fuerza de heridas,
la vida derramas por tu sangre
como lira que resuena inagotable.
Philía es el Aleph de tu mente,
las lágrimas recorren nuestras caras apenadas.
Cantaremos la canción de la muerte
con la misma emoción,
con el mismo espanto,
porque la tristeza, Antígona,
devora nuestros cuerpos,
nos carcome el alma su estribillo de siempre.
Nos convierte en cenizas el milagro de la vida.
Quedaremos polvo, a espaldas de la aurora
besados por la arena,
mientras la tierra se olvida de nuestra voz
y los cantos son nuestros pasos cansados.
Lloramos, Antígona, por hermanos muertos sin razón,
porque la guerra, Antígona, es de hielo,
vacía las plazas, derrumba campanarios,
desintegra la nieve, engendra aullidos feroces.
Lo más difícil, Antígona, es imaginar
una alborada en la más profunda oscuridad
y en el aire batir unas alas más libres,
junto al sutil abrazo de la noche.
CATÁBASIS
Para Leonard Cohen
Poseo un solo talento: mi música.
Notas fecundas avasallan a golpes la luz.
El mar, con las lágrimas,
se hizo recuerdo entre sus olas,
violento alud que respiran, sin cesar,
estos mares sin dueño. Somos resplandor,
tristeza suma, espectáculo incandescente
en este mundo de porcelana en ruinas.
Si pudiera suplicarte que tocaras por mí
aquella música que permanece resonando
en el corazón. Si pudieras vivir
como ave que me sobrepasa por el cielo,
dentro de mí, sentiría escalofríos y escarcha,
alumbrando mi alma con exactitud esculpida
de una luz, que a veces, se revela ausente.
Vi la claridad venida desde un barco,
con sus remos abiertos, empujando hacia mí,
y quise ser un alma de la nada
o del destino lanzado a la intemperie.
El amor es poderoso y a veces duele.
Se extiende mi sombra oblicua
sobre las maderas de luz y del pasto
creciente de esos límites impuros.
El recinto se llena de mis lágrimas;
siento lo inmóvil vencer
y lo inexacto, de repente cierto.
Siento tu voz allá en lo oscuro,
los fantasmas desnudos y las ranas ahogadas.
Miro atenta por tus aguas remotas
inventando a un dios incrédulo
tras un horror sagrado.
Caronte no conoce el río del amor,
en sus pupilas no hay caricias,
no hay cartas de amor escritas por la tarde,
sólo escucha palabras de amantes muertos,
en la inercia de un diluvio de nombres.
¿Qué importa naufragar o encallar si aún las velas
se sostienen en áureas proporciones?
Era como encontrarte y huir, saber que iba a verte
y retirar, con celo, la mano piadosa.
¿A dónde va toda la sangre llena de pena,
de tanta pena no acabada en mundo?
Extinguido reposo de la tarde en llamas.
El sol era continuo y enfermo.
Distinto a lo pensado es el infierno:
tiene inclinaciones celestes en su útero,
su rumor apremiante es único y el vacío
impone su quietud en bocas extintas.
Era la primavera, y pensé pintarte
en un óleo melancólico.
Sonará la lira y te veré, Leonard.
El amor es poderoso y a veces duele.
Sin la música hacemos el infierno.
A veces, los vetustos senderos
conducen a nuestro propio silencio;
gritan los abedules siniestros y en la enésima estepa
farfullan los mapas sin raíces,
las riberas escoltan nuestro paso,
permanecen erguidas en su desnudez constante.
En este adverso paraíso comprendes
el precio ruin de la impotencia.
Aquí, en esta agonía, se escuchan
mis canciones acompasando con suavidad
su ruina declinante. Sólo el río sabe
si mañana florecerán mis notas…
El barco toca tierra y, al detenerse,
se escucha un rumor de silbidos,
como si presintiera tu cuerpo
que se apoderara de mis manos.
La crisálida de amor me roza.
Titila el silencio y las maderas
se encienden en pétalos perfectos,
en un mundo sin luciérnagas.
Y puedo escuchar tu nombre, Leonard.
La embriagadora música regresa
a tu boca muerta de palabras.
Vi la oscuridad envolverte,
la magia en un jardín sin rosas,
ahora, resplandeciente y vivo.
Seguirán los ecos de tus labios
entonando un Aleluya que no cesa.
Hablamos hasta dejar atrás la luz
del cielo cubierto de arena.
Avanzan las horas,
rozando el agua de la bahía,
allí nacen millares de estrellas.
En la costa la lámpara de resplandor,
la cofradía de azules,
la lumbrera diluida.
Sigo mi descanso
en la quietud de los sueños.
El calor de mi cuerpo llama a los peces
dibujando un laberinto a mi lado.
En la libertad que mis ojos anhelan,
voy hacia la paz,
hacia un mundo distinto,
para que nada se olvide.