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Cinco poemas de Santos López

Santos López (1955, Venezuela). Poeta, editor, gerente cultural y periodista. Fue director-fundador de la Casa de la Poesía Pérez Bonalde (fundada en 1990). Fue director-fundador del Festival Internacional de Tradiciones Afroamericanas (FITA). Autor de 16 poemarios. Premio Municipal de Poesía de Caracas en 1987 y 2001. Premio Nacional del Libro de Venezuela 2004.

Gladys Mendía 8 meses ago 223
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Santos López (1955, Venezuela). Poeta, editor, gerente cultural y periodista.

Fue director-fundador de la Casa de la Poesía Pérez Bonalde (fundada en 1990), institución con la que realizó 12 ediciones de la Semana Internacional de la Poesía de Caracas y 5 ediciones del Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde. Fue director-fundador del Festival Internacional de Tradiciones Afroamericanas (FITA) con el que realizó 5 ediciones.

Autor de 16 poemarios. Premio Municipal de Poesía de Caracas en 1987 y 2001. Premio Nacional del Libro de Venezuela 2004.

Adentro

                                                                         para Auguste

Yo dije:

Quiero vivir adentro

Donde está la última casa,

Después del puente,

Más allá.

Ellos dijeron:

Vete al alba

Por su calle secreta y no te detengas

En las antiguas esquinas ni en los suburbios;

Pasa de largo ante la turba y el griterío;

Y en el mercado deja unas cayenas moradas

Para tus difuntos padres.

No te detengas en las encrucijadas

A comprar la sombra de las cosas,

No poseas nada,

No tengas dónde,

Ni patria…

Antes de partir tienes que quemarlo todo:

Las ideas,

Las palabras,

Los deseos,

Los pensamientos… ¡Todo!

(La poesía no vive

Cuando manchas el papel con la escritura).

Quédate limpio.

Sólo respira, ¡aaaaaaahhhhhh!

En tu leve casa.

Adentro, adentro,

Dios es adentro.

                                                                     (de La Barata)

Piedra negra

He recogido una pequeña piedra negra en la esquina de mi casa,

el cuerpo de un hombre atropellado en la madrugada;

un Cristo que mendigaba a los nocturnos, a los adormecidos

perros, a los trasnochados y a los moribundos.

La he recogido, la he ungido y la llevo ahora conmigo a todo sitio,

la llevo en mi viaje de descenso que repito a diario a los infiernos,

a donde he de ir sin saber cómo, cuándo.

Para andar por un camino que no existe, guárdate del extravío

y aprende a usar las palabras como si fueran hierbas

y sé maestro en cada cura y en el punto blanco de tu frente.

Nuestras tinieblas diarias son llamas de penas y caos de a tres;

las calles son altares de tragedia y confusión, con piedras muy jóvenes

que acaban por confiar en otra muerte.

He seguido como un cangrejo a la piedra que recogí: es un Dios crudo,

con muchos verbos que desconozco y que vende cristales de sal marina

en las esquinas; lo veo en todas, y oigo su voz que fluye como una gota

de arcilla por mi cuerpo.

La he seguido, y heme aquí, girando entre su cruz en medio del viaje,

con otros dos compañeros preguntándome: qué es lo que este Cristo

oscuro me quiere decir en cada esquina.

Santísimo

A veces, en el sueño, uno se va tan lejos adentro

Como un santo para oír nuestros propios sonidos.

Entraña curiosa es verse uno mismo al descubierto:

«He aquí aquello que es hueso de mi hueso», Ellos dijeron.

assiii assii assii assii assii

(Dice el rocío ligeramente en una mañana de mayo)

cotú cotú cotú cotú cotú

(El movimiento de la cadera de mi amante dentro del lecho)

sin sin sin sin sin

(El giro de su tobillo cabal y limpio sobre mi espalda)

ru ru ru ru ru

(Y así su caminar sobre la hierba húmeda del jardín)

la la la la la

(El temblor de una pequeña rama en el viento)

laba laba laba laba laba

(El aleteo de una mariposa amarilla alrededor de una flor de cayena)

Estas son las resonancias

Y relámpagos como un Oooooh

Miii Seeeñooor

Seeeñooor míooo

Permíteme oír eso inmóvil en mis adentros, la vastedad de mi silencio.

Enseñanza del descabezado

Un cuerpo desnudo siempre lleva su cabeza como corona

Y dos abismos a los lados: uno de esplendor y otro de ruina.

Si Dios quiere, al final yo moveré mi corazón hacia la aurora,

—Noche tras noche—, a esa cámara que respira si yo respiro.

Un cuerpo en la quietud guarda su verdad en el sol, con vigilia,

Matrimonio y amores que le impidan andar tieso a la luz del día.

Algo así, como si de costado fuésemos dos arcoiris,

Cuya cabeza ardiente reposara entre brotes de agua.

Hoy día no hay forma de responder a la duda de la carne,

Ese sentido que profesa el hombre desde su pasado efímero;

Algo encogido en su pecho, tal vez entre pálpitos y sudores.

Mejor hubiese sido que pies y manos engordasen sin vestidos.

Uno decapitado regresa de la aventura o la catástrofe,

Aprende pronto a respirar, a renacer, a no morirse.

A permanecer en una realidad sin palabras, pero con verbo,

Aprende uno que la aurora es una cayena de sangre.

Uno decapitado espera que su familia lo reconozca: Diga

Que mi cabeza es blanca y mi cuerpo negro; diga que soy piedra,

De arriba a los pies, yo decapitado espero que mi familia diga,

Me identifique así en la morgue, sin ninguna conmiseración.

Así no deseo andar de nuevo sobre el mundo, que lo sepan todos.

Si acabé descabezado -con modestia- fue porque quise respirar.

«Volver a respirar es la delicia humilde», yo lo repito ahora.

¿Qué otro cuento uno puede decirle a sus hijos? –es suficiente.

Mi cuerpo está erguido y mi cabeza a un lado en este plato;

Pero algo más brota de mí y ronda en el aire como prodigio.

Así consigo que mi corazón se vuelva un breve destello,

Que continúe de faro en su elevada cumbre de montaña.

                                                          (de El cielo entre cenizas)

Diálogo del rey Chalid con el maestro Morieno

I

Los historiadores han informado del diálogo que tuvo el rey Chalid

     con el maestro Morieno.

Chalid le preguntó dónde podría encontrar aquello

que le permitiese realizarse como ser humano,

aquello que llamaban “buen genio”.

Y Morieno guardó silencio por largo tiempo

–no se sabe si días, semanas, meses o años–.

Cuando se lo volvió a encontrar, el rey Chalid estaba ansioso

por escuchar la respuesta de Morieno:

–Oh, majestad, voy a confesarle: el cobre no descansa hasta convertirse en oro.

No sabemos si el rey Chalid quedó satisfecho con la respuesta de Morieno.

Pero hay un registro de otro encuentro:

–Dime, maestro Morieno, ¿cómo puedo reconocer el rostro de Dios?

Morieno guardó silencio por largo tiempo…

Pero cuando se cruzó de nuevo con el rey Chalid, le dijo:

–Oh, majestad, voy a confesarle:

vagar por el desierto es en realidad el rostro de Dios.

II

“A decir verdad, esta cosa que buscaste durante tanto tiempo

no puede obtenerse por violencia o pasión”,

Chalib escuchaba decir a Morieno.

Ha debido ser cierto que el sabio Morieno –Morienes o Marianus–

                          fue el maestro de Chalib y lo inició en el arte de las huellas.

Los cronistas hablan del rey Chalid –Calib ibn Jazid ibn Mu’Awijah (635-704)–

como un gran buscador del secreto encerrado en la materia:

el de la divinidad del hombre.

–Maestro, no quisiera desviarme de mi camino, ¿qué me aconsejas?

–inquirió Chalid.

Morieno por primera vez no se guardó las respuestas:

–Oh, majestad, voy a confesarle: un desvío también es camino.

–Es por haberlo perdido que el camino se vuelve familiar.

–Y es a causa del camino no transitado por lo cual uno deambula de aquí para allá

y de allá para acá.

(Inédito)