
Me Arde como lo indica su título es una antología del fuego. Este fuego que une dos países volviéndolos gemelos en la magia de la palabra; Ecuador y Colombia, este fuego une a catorce poetas que escriben del amor con varias tintas develando la estructura interior de cada uno de ellos y ellas.
Después de la lectura de los textos no pude evitar escribir algo parecido a un diccionario del amor o mejor, una lista de las palabras que se deben encontrar en un poema de amor en nuestro mundo actual. Disfrutamos de estas palabras enumeradas en desorden: cuerpo, geografía, raíces, mano, lluvia, piel, geometría, territorio, tiempo, noche, lugar, desnudar, silencio, lugar, pierna, aliento, distancia calle, llanto, puerta, espacio, deseo, estallido, almohada, esperma, deseo, piedra, viento, fusión. Estas palabras son palabras triviales que la rueda existencial hace vocear millones de veces por día. ¿Significa esta acotación que el amor es algo que no tiene importancia? Darién Giraldo Hernández nos presenta primero el amor como algo breve en contra del deseo que respira la eternidad. Por otra parte nos dice que “el amor no es efímero como el viento”. Estos versos dibujan las dos caras del amor: cara de luz y cara de sombra. Así nos encontramos en un universo en el que todo cambia permanentemente, una esfera en donde todo es como el amor, vale decir, como lo subraya Aleyda Quevedo Rojas desde Quito, “fluye como la estructura de un bosque”. Esta esfera; “el lugar del amor” es el cuerpo humano. El cuerpo del amante como el de la amada y también el cuerpo de la tierra y el del cielo. Todos estos cuerpos inventados o reales se mueven entre los brazos del día y de la noche; sobre todo de la noche que aparece entre los renglones de los versos de Carolina Dávila como el teatro del amor y continúa por el “movimiento” perpetuo de Fátima Vélez para acabarse en la contemplación que nos impone el “diario del refugio”. Sí, amar es refugiarse en las manos o la “comarca” (John Jairo), del o la que amamos.
Estos poetas son más que poetas, son músicos de la palabra y hacen cantar las metáforas desde los pasos sordos de los versos, hasta la ausencia de puntuaciones que simboliza la plenitud del silencio, nos familiariza con personajes que peregrinan en nuestra consciencia. Está Angélica, la orgullosa, lo afrodisíaco místico. Está Lorena, la bailarina cuya danza, como los colores de Jacanamijoy es camino, camino de la Lolita de Siomara España que conduce al descubrimiento del “yo soy Lolita”.
El sexo atraviesa a veces estos textos. No se puede evadir la relación entre el amor y la sexualidad. No se puede esconder que el sexo es la fragua en la que el fuego del amor transforma constantemente las horas. No se puede esconder que los miedos y las esperanzas de la juventud son materia prima que la fragua del amor transmuta en fuerza. Aquí el sexo es como la mano del amor que trata de reconciliar el corazón y el alma, el terruño poético y la huidiza eternidad que el tiempo no puede abarcar. El amor, como lo ha grabado Hermes en las piedras de las pirámides del antiguo Egipto, es la fuerza fuerte de todas las fuerzas. Esa Fuerza no habla y no puede callarse porque si habla los poetas se callaron y si se calla los poetas hablaron en su lugar. Este juego de extremidades deja en la geografía del amor montañas de nostalgias y de sublimaciones que solo pueden decir y escribir los que tienen en sus ojos este fuego de los fuegos que deseos y desesperaciones alimenta en estos poemas escritos por jóvenes que a pesar de su edad están saciados de madurez, sabiduría y confianza.
Marcel Kemadjou Njanke
Douala-Camerún
Febrero de 2012
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