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JULIO CÉSAR POL: POESÍA ACTUAL DE PUERTO RICO

Julio César Pol nació en agosto de 1976 en Ponce, Puerto Rico.  Ha publicado cuento y poesía en revistas como El Sótano 00931 (2001), Encuentro (1997), Desde el límite (2002),

Gladys Mendía 2 años ago 199
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Julio César Pol nació en agosto de 1976 en Ponce, Puerto Rico.  Ha publicado cuento y poesía en revistas como El Sótano 00931 (2001), Encuentro (1997), Desde el límite (2002), Palabreiros (2004), Letras Salvajes (2004), Borinquen Literario (2004), Hostos Review (2005), Aullido (2006), Prometeo Digital (2006), Los Poetas del Cinco (2007), Baquiana (2007). Obtuvo premios en los certámenes del ICPR Junior College, Universidad de Puerto Rico en Ponce, Universidad Politécnica de Puerto Rico, Círculo Jaime Marcano, Certamen del Círculo de Recreo de San Germán, Pen Club de Puerto Rico y el Certamen de Poesía Olga Nolla. Fue Director de la revista El Sótano 00931 y Coordinador General de los encuentros de (De)Generaciones. Es editor de la antología Los rostros de la Hidra (2008) con las casas de Isla Negra Editores y Ediciones Gaviota y Poesía de Puerto Rico: Cinco décadas. Sus libros La luz necesaria (2006), Idus de Marzo (2008), Mardi Gras (2012) y Sísifo (2017) fueron publicados bajo el sello de Isla Negra Editores.  Posee un doctorado en Economía.

Selección de su más reciente libro El ala psiquiátrica (Isla Negra Editores, 2020)


maqueta

en la maqueta del hospital psiquiátrico
los techos son removibles
adentro
cada habitación es un laberinto
que se hunde

cuerpo celeste

el hombre es una cuerda
tendida entre el animal y el superhombre,
-una cuerda sobre un abismo.

friedrich nietzsche, así habló zaratustra

sus dedos arrastran cuerpos celestes
se ennegrecen con el hollín de las estrellas
con sus uñas perfora hoyos negros
en el canvas infinito

con un giro de cintura mueve galaxias
hilvana con ondas gravitacionales de baryshnikov
planetas y satélites en espiral
sus manos chocan de prisa sobre sistemas solares
y del polvo nacen nébulas

en la excitación estática de los erizos
su pelo
ramalazos puntiagudos de oro puro
explosiones de lava dorada

de las venas de sus manos emanan astros azules
de su sudor
planetas líquidos
un soplo dispersa meteoritos
y de su saliva
surge el hielo de los cometas

aquel cuarto de hospital
no lo guardaba de él mismo
era el universo que se expandía

equino blanco

su desnudez atrapaba la luz
de forma esplendente
como en un lienzo de sorolla
como un cuerpo recién nacido del mar
pulido por la arena

odiaba el peso de la ropa mojada
amaba su miembro batiéndose como un péndulo
contestando sus preguntas más primarias
disintiendo en un sí
asintiendo en un no

atesoraba la sorpresa entre los muslos
como una nariz entre los ojos
guardan su estupor
en el estante de su ático
cada desconcierto era su reliquia

como si cada rostro
al verlo
naciera a una verdad
que sale de la espuma

lavanda

antes de ir
su cabeza era un campo de lavanda
pero el engranaje de los tanques
y la metralleta
la mecánica de los morteros
convirtieron ese campo
en un campo de guerra
mezclaron el violeta más puro con la sangre
coagulada
sobre la tierra en que creció la lavanda
vísceras
pronto el paso de las botas
las ruedas
los cuerpos desnudos de los amigos
quemó la hierba
y sustituyó aquel olor
por un olor a muerte

postrauma

a pesar del golpe
por el golpe
soy yo
a pesar del golpe
por el golpe
son ellos
a pesar del golpe
por el golpe
somos nosotros
a pesar del golpe
por el golpe
cada uno

la calavera de xóchitl

en el comedor
se celebra diariamente
un dos de noviembre

día de los muertos

el azabache alrededor de sus huesos
tomaba la luz y proyectaba una sombra
sobre las flores de cempasuchil
que caían de su pelo

el negro de sus ojeras se hundía
mientras la calavera gravitaba
sobre un plato de fruta fresca

qué cruz hacían
los discos del espinazo y las clavículas
¡cómo levantaban el relieve!

ella hubiera matado por una cuchara
de plata
una bandeja de níquel pulido
que dijera que estaba viva
y que había adelgazado
esa semana
unos dos o tres kilos

movimientos sacádicos

ve(nda)rte los ojos
para no verte

para no ver el tropel y el tumulto
de espinas
de dedos
de picos
haciendo saltar tus ojos en todas las direcciones

quiero regalarte otros ojos
no los que te dio tu madre -por defecto
y mecerte la cabeza a ver si los duermo

tus ojos se empujan
se atropellan
por qué quieren salir
detrás de qué pupilas o de qué cuervo

trillar los dedos
a ver si logro
enfocar en una sola dirección tu alma

sostener tus ojos con mis ojos
como si el agua fría
pudiera calmar
al aceite hirviendo

y que salga todo
pero que tú no salgas de ti

piedra

en sus ojos
una profundidad que causa vértigo
te hace sentir
parado a la altura de un puente
lo suficientemente alto
como para caer muerto

una profundidad que hala
la pupila
un punto negro
donde la gravedad tiene más fuerza

y la frente pesa
y la cabeza difusa se confunde
y el balance pierde su sentido -de preservación
y el tropiezo

esos ojos
te arrastran hacia adentro
hasta la piedra más filosa
del abismo

hoarding

el pequeño rectángulo blanco de aquel cuarto
la hacía sentir perdida
en los espacios vacíos

necesitaba los 23 perros
los 14 gatos
las cajas de papel subiendo al techo
como torre de pisa
las bolsas de compra con ropa vieja sin usar
los galones de agua negra
el televisor que hendió el rayo
las piras de zapatos de vinil curtido
las atalayas de cartas de cobro cerradas
el excremento en la arena

las llamadas de un teléfono sin paradero
que no para

al otro lado de la línea
deben estar los cobradores

sombrero

la cabeza de la muñeca rueda en el suelo
una niña toma otra y la sustituye
¿cuántas entraban y salían?

su cabeza ya no era de una ni de ella
sino una suma de una infinidad
una habitación de sombreros
un estante de zapatos ajenos
como si todas las caretas de barro griego
se le partieran en el rostro y se le malfundieran

rom-pe-ca-be-zas de-sa-gra-da-ble

distintas mujeres
y algunos hombres
con voces disímiles

pero todas (os)
se tenían que conformar
con la sudadera azul sin cordones
los tenis negros de velcro
y el pelo horizontal en la nuca
que a nadie le gustaba
pero todas y todos entendían que era mejor eso
a que le aumentaran la dosis
y los raparan de su rostro

autrui


“no sé cuándo comenzó a encarcelarme.
desde el principio de mi vida tal vez,
sin que me diera cuenta.”

–juan josé arreola, autrui

yo no estoy solo

asumiendo
que todos puedan ver las cosas que yo veo
ahora
este cuarto
lo atraviesa el celaje de una rata
que sé que no existe
mi abuelo muerto se sienta en la cama
como una flor
y su sombra se ve contra el suelo
pero no en el espejo

sobre el suelo
un corazón púrpura palpita
ahogado en el aire
ahora es un pez cuerno de flor
muriendo
el celaje reaparece
y sus uñas raspan al correr contra el suelo
parece susurrar un chisme

la mano de una niña se esconde detrás de la cama
busco
no hay espacio entre la pared y la cama
pero ella emana omnipresente
con un traje amarillo color miel
me sostiene los dedos de cada mano
de cada pie
cada mechón de pelo
con manos infinitas
todas quieren mi atención
todas tienen algo distinto que decir
y no entiendo a ninguna

pacific union

qué es magia, preguntas
en la habitación oscura.

-leopoldo panero, ars magna

ese cuerpo que toman sobre la cama no es el mío
yo estoy en mi escritorio leyendo un libro de kafka
yo estoy en el suelo descarrilando un tren
tiene grabadas las palabras “pacific union”
yo estoy de pie
mirando a la esquina con una máscara de burro
yo estoy en el ropero
desmembrando la muñeca
volviéndola a encajar
tan pronto la noche
me devuelve
a la otredad de su sigilo

los rieles que unen la ciudad

qué extraños somos.
siempre ciudades defendidas.
bien defendidas siempre.
ciudades extranjeras
de habitantes nativos.

-eduardo lizalde, ciudades

ella se despertaba a la 5:30 para no perder el tren
abría las cortinas de su ventana
y el reloj de su cafetera comenzaba a derramar el café
he pensado que era una mala costumbre la de beber café sin desayuno
no era hasta las 12:15 que iba a comer algo
pasaba un paño en el baño con peróxido
a ella le gustaba ser recibida por un baño reluciente y limpio
doblaba cuidadosamente la ropa de su cama
la ropa con que había dormido
las tres toallas de su baño
la toalla de la cocina
perfectos rectángulos

se vestía siempre con camisa blanca
y falda negra entallada
cosía en el interior de su falda alguna tela de colores
que sólo ella conocía
que solo yo

a veces se cubría los hombros el pecho la espalda el vientre
con alguna variación del blanco
blanco menta
blanco levemente rosado
ya para entonces serían las 6:30
cuando cerraba la puerta de su apartamento
con tres pestillos
caminaba cinco cuadras hasta la estación del tren
siempre le sonreía a las flores y a los niños que caminan a la escuela
con una dentadura impecable y alineada

ella creía que su vida era un rectángulo perfecto
pero yo siempre vi un círculo
mi vida también era un círculo
dos círculos que se encontraban

un día a la semana al azar
abría los tres pestillos
siento todavía la mecánica que cede
en su boca en su entrepierna
en la tensión de sus nalgas
sólo cerraduras
pero eran ella
caminaba descalzo y acercaba mi nariz
a cada uno de sus rectángulos

ella siempre llegaba tarde los viernes
a nuestra –su– casa
siempre menos el día que decidí que ella tenía que saber
que no debía hacerla esperar más

cuando entró
me encontró dormido como un feto sobre la cama
en el nido que nos hice
con su sostenes y sus bragas y sus pantimedias y sus faldas y sus blusas y sus toallas
como todos los círculos que nos atan y nunca nos encuentran
un nido fuerte y trenzado
desde el cual se podía ver la ciudad iluminada

orden


él me amarró en la cabeza
un saco
con una rata hambrienta

y mis pequeños rectángulos cayeron
dejaron de ser
perdí esa falsa sensación de control
que tenía mi cinta métrica
y la ilusión del orden

la perfección me abandonó

pero esa fuerza
de querer someter las cosas
no me dejó de ser
y al cuestionar
me comenzó a seducir lo imperfecto

su cuerpo desnudó sobre mi cama
su sudor rancio regresaba al tálamo con un golpe
de nariz
ni la espuma del peróxido
ni la náusea del cloro
ni el restregar del cepillo
pudieron restituirme ese pequeño espacio de mundo
que yo creía mío

y aun así era lo mismo
había una fuerza caótica que dominar
era él en un nido entre mis bragas
como una misión
en la que yo debía someterlo
como a una bestia indómita
sostenerlo por su vientre flácido
hacia adentro
y volverlo hacer en mi útero
como un ente al que no faltara
ni sobrara nada

sanear el caos
en las partículas de polvo en su aire
en el conteo bacteriano de su sudor
en las ideas torcidas de la cabeza de él

en la ruta al trabajo
comencé a observar los pedazos rotos
la ciudad dejó de ser rectángulos
ni siquiera círculos
los fragmentos de gente y cemento
acentuaba el sabotaje a la perfección
que me evadía
y las flores y los niños
comenzaron a ser abismos al miedo

cambié de apartamento
lo incendié
todo
aun lo que él no olía a él
y sabía que no había tocado
pero el golpe de la imagen
repetía

yo
lo busqué y lo encontré
en la mima cesión de terapia
para entonces estábamos tan drogados los dos
que ni uno ni el otro
nos pudimos reconocer

más aun así recuerdo que nos sonreímos
esa mañana en la ciudad
florecían los cerezos