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JOSEP MANEL VIDAL: Poesía Actual del País Valenciano

Josep Manel Vidal, l’Alcúdia de Crespins, País Valenciano, España, 1965. Profesor. Como narrador ha cosechado algunos premios como el Rafael Comenge de Narrativa de Alberic, con el cuento La dona

Gladys Mendía 7 años ago 35
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Josep Manel Vidal, l’Alcúdia de Crespins, País Valenciano, España, 1965. Profesor. Como narrador ha cosechado algunos premios como el Rafael Comenge de Narrativa de Alberic, con el cuento La dona que balla, y fue finalista del premio de narrativa corta Tinet 2011 con el relato Epíleg, publicado por la editorial Cossetània. Como poeta ha publicado su primer libro, El teu nom és un ésser viu, al cual pertenecen los poemas aquí presentados.

 

DOS POEMAS

 

Traducción al castellano por Joan Navarro

 

NO QUIERO

 

Las cosas que no se dicen no solamente nunca se saben, sino que nunca han de tomar cuerpo. Permaneceré, pues, en la seguridad de los secretos no compartidos, de los silencios. Yo iré, de vez en cuando, con un ademán de estudiada displicencia, dejándote detalles esparcidos por el aire que respiras. Interceptaré tus atajos antes de que tú los surques con tus pasos, y me convertiré en una presencia infinita. Iré dejándote caer miradas, para que las pises sin ruido, con tus ojos oceánicos. Te dejaré ir un gesto, disfrazado de una negligencia muy engañosa, que nos acorte el espacio que los dos hemos tejido en el encuentro fortuito. En el escaparate de mi rostro siempre encontrarás una sonrisa, sellando el pozo de deseos que me suben desde las entrañas. Pero me impondré el silencio. No quiero escucharme, no quiero que el vaho de las palabras que nunca te diré tome forma más allá de mis labios. No quiero. No quiero. No quiero…

 

 

 

LITURGIA

 

Camino por la acera estrecha de la calle que lleva a la estación del tren. Hago repicar distraídamente los nudillos de la mano derecha en el zócalo de mármol de las fachadas. La otra permanece en el bolsillo, con el puño cerrado, apretando los restos de un pañuelo de papel que se deshace en trocitos parecidos a migas de pan. Una señora, dos casas más abajo, vierte el cubo de agua sucia cerca de un albañal que, lentamente, sin la motivación de un buen desnivel, trata de engullirse el charco antes de que se lo robe un sol incipiente. A la altura de la fuente que ya no mana la mujer de ojos grises gira la esquina. Me mira de reojo y sonríe levemente, imperceptiblemente, con unos labios sombríos. Lleva un cigarrillo encendido entre los dedos. Le dejo el privilegio de continuar por la acera. Ella sabe que lo haré, porque lo hago siempre, y no cambia su paso decidido, ni tampoco me deja una palabra ni un gesto de agradecimiento. Se aleja dejando un velo vaporoso de tabaco quemado y yo las pisadas de mis zapatos de suelas húmedas. Cada vez que la veo, me hace recordar el aliento de cenicero de los besos torpes de mi adolescencia (no la de ahora, sino la lejana). La señal de aviso de cierre del paso a nivel me hace acelerar el paso. Sentado en el tren miro pasar el paisaje de huertos y bancales que parecen correr, enloquecidos, en la dirección de donde vengo. Mastico poco a poco la melancolía.