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Dmitry Sivichev: NARRATIVA ACTUAL RUSA

DMITRY SIVICHEV (Moscú, 1984) Trabaja “la prosa del campo” y “neorrealismo”. Afila su talento en el círculo literario “Belkin” anexo al Instituto Literario Gorky, combinando la escritura literaria y el

Gladys Mendía 6 años ago 49
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DMITRY SIVICHEV (Moscú, 1984) Trabaja “la prosa del campo” y “neorrealismo”. Afila su talento en el círculo literario “Belkin” anexo al Instituto Literario Gorky, combinando la escritura literaria y el periodismo.

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El tren

 

 

Dedicado a Ryzhova Tatiana Vasilievna

 

 

***

Las piernas humanas en el vagón de segunda clase están estiradas con la esperanza de que las toquen. La luz está apagada casi por completo, la débil penumbra amarilla está alumbrando sólo el alfombrado atormentado del pasillo.

El tren ucraniano Petersburgo-Donetsk, haciendo un ruido deprimente con las ruedas, está andando hacia el sur. Hacia la oscuridad, al abismo de invierno. La ventana del coche individual número 3 está cubierta con la eterna suciedad gris, el polvo fosilizado derramado en los claros y elipses de las gotas de la lluvia. Esta suciedad era parte de la ventana, se arraigó en ella cuando todavía estaba en el vientre mecánico, que un día expulsó el vagón directo a los puntiagudos y brillantes travesaños. De vez en cuando, cada par de horas detrás de la ventana del departamento pasan corriendo, transcurriendo, arrastrándose los claros alumbrados. Algunos se quedan quietos por completo en la ventana, para después alejarse a rastras acompañados con el ronquido eléctrico de la voz ferroviaria, como si la misma oscuridad estuviera hablando con el tren, intentando engañarlo, fingiéndose viva, esperando que de la sucesión férrea de las puertas cerradas aparezcan los habitantes chiflados del sueño amarillo enfermizo, para después disolverlos silenciosamente uno por uno en sí misma. Está fingiendo mal, la voz alrededor del tren está cambiando las entonaciones, está avisando, está llamando, advirtiendo y amenazando al mismo tiempo. Raras veces un loco solitario, desesperado por salir de la oscuridad, olvidar la penumbra amarilla y las sombras de las piernas estiradas, salta del tren. Con las maletas. Todo está acabado para él, en unos minutos va a esfumarse para siempre. El tren arranca. La oscuridad sigue acariciando al gusano férreo con los pasos a nivel de faros encendidos, de monstruos paralizados y con las agujas para pescar de él, en un par de horas, otro pedacito de carne tibia humana.

El sueño cae suavemente engañando a la cara como una almohada dura apelotonada. Pero no es sueño en absoluto, es entumecimiento. Acompañado con el metrónomo del ruido de las ruedas, el espíritu se despide con el cuerpo. Ahora es parte del tren. Impersonal e indiferente está precipitándose a través de la obscuridad con una muchedumbre de los espíritus iguales que olvidaron sus cuerpos. Que lograron liberarse de la existencia y sensaciones, indiferentes a los muñecos de cera que se quedaron en las camas.

La noche finge que está retrocediendo.

Todo se llena de color gris, que corre detrás del tren en forma de amasijo de nieve, cubre las caras inmóviles, penetra a los vasos vacíos comunales con unos trocitos de té en las paredes, que parecen cucarachas. Aquí ya no hay espacio para una poesía sin sentido sobre la oscuridad, nosotros, nuestros cuerpos inhalan convulsivamente, como moribundos, tragan el aire viciado del vagón. En un instante parece como si hubieras despertado entre las muñecas mecánicas grandes. En silencio empiezan a moverse, desentorpecer los miembros, el aire pasando por la garganta hace unos sonidos de silbido y borbotón. El hormigueo aumenta, los cuerpos chocan, rondan por el vagón.

Afuera pasan volando las estaciones, cortando el mar de nieve gris, que está rajado por aquí y por allí con los témpanos de hielo puntiagudos. Ahí están las barracas desiertas cubiertas de nieve con los nombres que nadie ha pronunciado jamás y por eso no existentes. Aquí no andan los animales. Nadie va a dejar las huellas en esas plataformas, nadie va a encontrar aquí un hombre sonrosado, que había venido desde una aldea lejana para recoger a un pasajero y llevarlo a una casa olorosa con té y pan caliente. No lo van a sentar sobre un sofá hundido con huecos y no le van a preguntar: ¿Cómo están las cosas en la ciudad? No va a salir a saludarlo una viva anciana acabada unida a una bata de noche y un saco, no lo va a abrazar con una mano áspera maternal. Los perros no van a reconocer al visitante recordando con su mente canina un hombre parecido del año pasado, con el mismo olor y voz. No le van a servir recién llegado una copa turbia de vodka.

Alrededor están sólo el desierto quemado por la nieve, arraigado con los árboles al cielo opaco, la costura del carril y un nombre que no existe. En una de esas estaciones voy a bajar.

 

 

*Traducción al castellano por Olga Slyunko y revisión por Gladys Mendía.